En el semáforo hay un auto azul, un hombre de mi edad al volante, todo el dinero que gane en mi vida trabajando no podría comprar ese auto. Suena música tecno dentro del auto. Junto a él, viaja una mujer joven que podría ser su hija, pero no lo es. El conductor es igual a mi, estamos hechos de la misma materia y tenemos el mismo destino. Ella sonríe y juega con su teléfono mientras mueve los hombros al ritmo de la música. Ninguno de los dos siente vergüenza. La avenida fue asfaltada para ellos . Otro hombre que podría ser más joven que nosotros ( el tipo del auto y yo) se ofrece para limpiarle el parabrisas con un secador pequeño, y agua que lleva en una botella de plástico con detergente. El tipo que maneja levanta el pulgar sin dejar de sonreír, tiene una sonrisa perfecta, pero no es real, se nota que es una prótesis. La sonrisa tampoco es real. Nunca aprendí a conducir, el auto no me interesa, la chica que va en el asiento de acompañante es hermosa. Me pregunto si estaría conmigo si yo tuviese un auto así, sentada en el asiento de acompañante, y sonriendo como lo hace.
Jamás lo sabré.
El hombre del secador hace un gran trabajo, se concentra, parece un pintor, y toda la escena es pintada por el con su secador, la avenida, los semáforos, yo, le falta el último detalle y ya casi está : el parabrisas.
Termina su trabajo, estira la mano, el hombre del auto azul le da un puñado de monedas que lleva en el compartimento debajo del estéreo. La chica abre una pequeña cartera que lleva cruzada sobre el pecho y saca un chocolate. Todos sonríen, yo también. El semáforo se pone en verde, el auto arranca, el hombre del secador da un salto y se despide llamándolos maestro y diosa.
Todos festejan ese momento de espantosa caridad, yo dejo de sonreír .
Del otro lado de la calle, contra la persiana de una farmacia una mujer le da la teta a un nene que ya camina por su cuenta,que de golpe se desprende de si misma y grita:
- ¡Trae el chocolate para acá gato!
No comments:
Post a Comment