El enano de los cuarenta y tres millones de seguidores, dispara una ametralladora vestido de Pikachu y todos lo adoran. Todos comparten el vídeo del pequeño hombre con cara de bebé, tirado en el piso junto a una Uzi humeante llorando de la risa en su traje amarillo. El, sentado en su pequeño inodoro en la soledad de un domingo por la tarde observa en su teléfono celular el vídeo mientras una lágrima caliente le atraviesa sus mejillas rosadas.
La morocha con el pelo planchado de la webcam, con los labios apretados como el pico de un pato, abriendo las fosas nasales y metiéndose una banana en el culo mientras fuma cigarrillos rubios para un escocés que le paga en moneda extranjera. Horas más tarde pasea por el zoologico municipal con su sobrinito que le pregunta si pueden ir a comprar bananas para los monos que van y vienen aturdidos, en una jaula oxidada por el tiempo .
La fila de imbéciles que pagan fortunas por un vermouth obrero en un barrio de vidrieras y muecas falsas de selfies. Todes, arreados por las modas, las pandemias, y cualquier otra cosa que termine en diseño. Alguien tiene que diseñar su vida por ellos. Y su muerte.
Los movimientos sociales con los calzones cagados acampando frente a la casa de gobierno, y los políticos haciendo sombras chinescas en la oscuridad. Banderas, cumbia, humo de chorizos, gaseosa de segunda marca, vino en caja. Estampitas, ataúdes de madera de pino, y restos de plástico y cartón que trae el viento sobre las lápidas en un cementerio del conurbano.
Los millonarios, sus prolijas vidas ordenadas, perfumadas y traumadas. Alienados, en sus autos caros que huelen a bronceador, haciendo Kite surf, snowboard, snorkel y equitación. También, haciendo fila, otra.
La clase obrera viajando con los ojos rojos, en trenes repletos, con las butacas tajeadas como sus sueños. El silencio lo destruye un coro de vendedores ambulantes, mientras el tren se pierde donde se apila la basura, junto a las vías de una estación que debería llamarse destino.
El dj del momento, los vendedores de fórmulas mágicas, los sabios que inventan muertes artificiales, más higiénicas. Los gamers, las lesbianas que se casan por iglesia y se van de luna de miel al Vaticano a besarle la mano al papa.
Los terraplanistas, los militantes de la vacuna, los negacionistas, los que nacieron en el cuerpo equivocado y van a morir en el cuerpo equivocado cómo quien nació en Burzaco pero sueña con morir en un chalet de Montreal mirando los picos nevados.
La identidad y tu lista de Spotify, la gente que hace cola en las farmacias y los supermercados, la población uniformada con un disfraz a medida. Los gurues y sus fieles, los que se preguntan que hay, que hubo y que habrá. Los que son presente, ahora, nunca.
Los nadie, yo, carne podrida punto com.
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