No entendi porque Ana se puso a hablar de las juventudes Hitlerianas frente al espejo del ascensor. Detras del barbijo que apestaba a sexo, yo la miraba a los ojos en su reflejo mientras Carmen le besaba el cuello. Estabamos borrachos un Martes a la hora de la siesta, el mundo asustado se quedaba en sus casas, las calles estaban vacías, cada tanto pasaba un auto por la avenida. Un mundo ideal.
Entramos al supermercado chino y dije:
- Adolf Hitler quería jovenes hermosos, fuertes y sin miedos. El miedo es siempre el limite..
Sentí que me tocaron la espalda y gire : Mía.
Grite su nombre y sono a pronombre posesivo, como cuando se busca la pelota en un partido doble de tennis. Llevaba el pelo teñido de verde y la cara cubierta por un barbijo color fucsia, y detras de él, sus ojos profundos. La ultima vez que la vi, ella llegaba hasta mi cintura, habian pasado exactamente doce años.
- ¿ Como me reconociste?, preguntó.
- Tus ojos, como creciste, afirme tratando de mantener mi mirada lejos de sus enormes tetas adolescentes.
- Vos también .
- La buena vida, dije mientras le daba unas palmadas a mi estomago prominente.
Señale a las chicas que al final de la gondola abrian los envases de shampoo para olerlos.
- Ana, Carmen, ella es Mía.
- ¿Tuya? Pregunto la de las juventudes Hitlerianas.
Mire a Mía y levante las cejas, le dije que Ana era una humorista famosa, una artista muy respetada por las tribus originarias del delta del Amazonas.
Ella me respondió con una carcajada, sus ojos se achinaron, y mi alma se arrugo como celofán.
- ¿ Y Gloria como esta?
- En la gloria, se fue a vivir a las montañas, se enamoró de su profesora de yoga.
- Mira... que millenial.
Pense en la imagen de ella cubierta de saliva junto a la banda de asiáticos Monotetris, parada junto a una roca, e imagine una mujer a sus pies en una malla de lycra fluo haciendo la pose de la cobra.
- Si hablas con ella mandale un beso.
- Dale.
Nos quedamos en silencio mirandonos a los ojos.
- ¿ Te acordas que te enseñe a andar en bicicleta?
- Obvio. Gracias.
- De nada.
Un adolescente apareció de golpe comiendose uno de los extremos de una baguette, Mía le grito que no se la coma, le dio un golpe en la nuca y volvió su mirada hacia la mia.
- Pablo, si no estuviese este virus de mierda te daría un abrazo.
- Yo tambien Mía.
Carmen se colgo de mi cuello, me dijo papi, y que ya tenían el vino. Mía estiro su codo, yo hice lo mismo con el mío, los juntamos, encontrandose como dos planetas en medio de la nada. Y Amsterdam era una postal amarillenta con una sola palabra escrita por alguien parecido a mi : gracias.