Ella trepaba la rama más alta, del árbol más alto, de la montaña más alta, llevaba con ella un espejo para su barba contemplar.
Y desde lo más alto, al mundo observaba, la carpa del circo a lo lejos, y en su amor pensaba :un payaso viejo y errante, con una lágrima pintada de negro justo debajo del ojo izquierdo, y una boca negra y carnosa como la de un camello.
Por las noches cuando la función terminaba, raíces de lavanda hervia para dormir profundo y tranquila, tapones de cera en sus oídos ponía.
Los recuerdos la atormentaban, hija del lanzacuchillos, hombre de pocas palabras .
Un día abandonó el circo y de él no se supo más nada, sólo dejo las marcas de sus cuchillos en la madera gastada, y un vacío en la mujer Barbuda que por las noches, de su corazón se adueñaba.
El payaso viejo errante saludaba desde el pueblo al destello que provocaba el sol en el espejo, desde lo más alto ella no lo veía, era demasiado pequeño, sin embargo él la sentía, vibrando en el viento que las hojas traían.
Ella clavaba los pelos de sus bigotes como agujas en sus yemas, y solo deseaba ser el trapo de piso del dueño del circo. Ser la basura que se apila en el corazón de tal despiadado hombre. La hembra que recibe el golpe, como un pollo en el mercado que patalea al ser decapitado. Patadas de orgasmos, cachetadas, besos, mordidas y abrazos. Sentada en una rama soñaba despierta, mientras el atardecer la aturdia con el canto de grillos y sapos.
¿ Puede el goce más que el placer, la ausencia y el instinto ?
-Si, se respondió a si misma, y saco unas tijeras oxidadas de una bolsa de cuero, donde ni siquiera la luz de la luna en su filo se reflejaba.
Como una lluvia entre las flores y los escorpiones, se llevo el viento madejas de pelos entrelazadas, la nada misma, la belleza destrozada.
El vacío de la palabra deseo.
La identidad gastada .