Tiene cuarenta y cinco años y tres remeras negras de Die Toten Hosen, todas identicas, las usa veintisiete días al mes. Esta separada y tuvo dos hijos, con el mismo hombre que la abandono por otra chica que también usa remeras rockeras, catorce años menor que ella. Lo sigue amando. Hacen el amor cada vez que el trae la mensualidad, lo que dictamino el juez que le correspondía, los primeros Martes de cada mes. Lo hacen en la mesa de la cocina, en el baño, en el pasillo, contra la parrilla que hay en la terraza. Nunca en la cama, ella no quiere su olor, el olor de ellos impregnado en el colchon. Tendria que tirarlo, y no tiene dinero para comprar otro. Ya quemo el anterior, el que era de ellos, el que compraron en cuotas en WalMart con la tarjeta del padre de ella. Antes que el empiece a gastar el dinero en merca, el deseo en palizas de madrugada, los poemas de amor en una compañera de la facultad.
Ella todavía lo ama, hay amores y amores, piensa mientras le prepara la leche a sus hijos.
Los primeros Lunes de cada mes se tiñe las canas de rubio con un cepillo de dientes viejo, e imagina frente al espejo que el vuelve, que ella se enferma y el la cuida, le toma la fiebre, le hace pure de zapallos, sopa de verduras, te con limon.
Quien sabe.
Quizas.
Algun día, demasiado tarde.